Dicen que hay amores fugaces que nunca se borran aunque el tiempo pase, porque dejan marcas y quedan en la piel como un tatuaje.
También se dice que lo único que importa son los sentimientos porque no se pueden ocultar.
O también que nuestra mejor edad importa tanto como una botella con la mejor cosecha de un buen vino.
De ahí el dicho :
“Estamos mejor que el vino”.
Hoy reflexiono frente a eso, porque hoy me veo sin querer escribiendo sueños que traía desde hace tiempo, pero hoy los veo convertidos en letras.
Sueños que hemos ido echando a nuestras espaldas, porque muchas veces nos hemos vestido con ropa prestada, llamadas apariencias, creando personajes que no nos corresponden a la esencia de quienes realmente somos.
Volver al origen de nuestro propio yo, se hace siempre necesario, para sanar emociones de patrones que traemos escondidos.
Antes de llegar a pensar en tener hijos, siempre pensé que lo peor era que si tenía una niña se llamaría como yo, porque debo reconocer que nunca me ha gustado mi nombre.
Pensé al comienzo en tener uno, dos tal vez, para escribir también algún día de un segundo amor , pero ya con tres pensaba, sería un exceso de privilegios y regalos para mi vida.
Jamás pensé emocionarme con películas Disney y tararear sus canciones, como “Hakuna Matata”, o por ejemplo cuando un día me vi llorando en muchos finales de películas de princesas, siempre aplaudiendo finales de ” vivieron felices por siempre”
También me asombré de mi misma por lo valiente que fui atreviéndome a tener más de un hijo , y sin planificarlo, cada cinco años.
Nunca dejé que el miedo de un parto normal me invada esa sensación de esos diminutos cosquilleos de un ser adentro mío. Sensaciones que hoy no tienen significados en ningún escrito ni diccionarios.
Y no me hice la idea hasta cuando de repente me veía de nuevo en ese quirófano donde cada vez me iba dando más cuenta que nada se comparaba a esa cita a ciegas, y donde conocería la única conexión umbilical más importante que solo una mujer puede experimentar.
No me di cuenta hasta después de salir de pabellón que la cesárea es la única cirugía donde se abren cinco capas de tejido y donde supuestamente se espera que la madre se ponga de pie seis horas después, responsabilizándose desde ahí de una personita más que ha salido de su interior, y sin mencionar las intensas contracciones de útero, producto de la estimulación de las glándulas mamarias, la liberación de oxitocina , etc.
De ahí aprendí también que el cuerpo humano puede soportar solamente el equivalente a 45 unidades de dolor, pero al momento del parto, la mujer siente y soporta 57 unidades de dolor.
Lo cual sería en este caso, como un equivalente algo así a 20 huesos fracturándose en tu cuerpo al mismo tiempo.
Suena doloroso ¿o no?
VE SIN PRISAS, RECUERDA QUE LA TORTUGA 🐢 TIENE MÁS QUE CONTAR DEL CAMINO QUE LA LIEBRE
Hoy puedo confirmar, y sin dudarlo, que eso es absolutamente correcto.
Descubrí aún más, que si eres una madre vía cesárea, eres más fuerte de lo que piensas. Y todo eso, a esta edad, me hace sentir triple de orgullosa.
Cuántas cosas pasan por nuestra cabeza antes de ese día, o cuánto tiempo esperamos para que todo eso se haga realidad. Se siente miedo ,claro que si pero no lo crees hasta que lo ves y lo sientes a tu lado.
En cada embarazo siempre tuve mucho miedo incluso a subir extremo de peso, especialmente desde el segundo, porque en algún tiempo había sufrido una caída en una escalera de cemento , y eso me produjo una hernia en el coxis, que hoy, aunque ya es indolora, se mantiene ahí mismo, y por lo mismo estaba convencida que durante mis embarazos debía engordar hasta los nueve kilos, y no más que eso, según el famoso “kilo por mes”, pero terminé en mi último embarazo de mi hija, 16 kilos arriba sin poder creer el número estrafalario que anunciaba la balanza. Jamás me había visto los pies tan inflados al punto que debía pedir ayuda para abrocharme los zapatos.
Juraba que ser mamá no sería tan difícil, según lo que siempre leía o veía en mis amigas , pero el día que llegaba de vuelta a casa, saliendo de la clínica , comenzaba a sentir el miedo más irracional que jamás había sentido y entendí que muchas de esas otras mamás nunca me habían dicho la verdad.
Todo fue nuevo desde ahí, desde las horas de sueños hasta lo que debía preparar para comer.
No sabes si realmente estás haciendo bien o mejor el rol de mamá que haciéndote la valiente enfrentado algo nuevo , porque sabes que desde ese minuto alguien tan diminuto dependerá de tí para siempre, y por supuesto debes hacer las cosas sin errores y ojala a la perfección.
Algo se activa adentro de una que hace que el sueño mute y que seas capaz de descansar hasta casi acostumbrarte, aún con un ojo abierto, una oreja atenta o un brazo a 90 grados.
Juraba también que llegando de la clínica dormiría como se dice , “a pata suelta” para descansar después de esos días casi sin dormir después del parto. Absolutamente falso ese pensamiento.
Pensaba que por ser bebés, dormirían plácidamente en su cuna tal cual como siempre lo había visto en las películas.
Nuevamente me equivoqué con eso , porque pasaban los meses y yo seguía durmiendo casi con un solo ojo porque el otro permanencia atento a esa mini respiración pegada a mi pecho o despertaba al salto de cualquier nuevo gemido.
Mejor ni acordarme cuando se me cayó uno de la cama. O cuando estaban empezando a caminar y se caían a cada rato. Que miedo tan grande sentía en un milésimo de segundo. Me culpaba a cada rato de eso, pensando que mi bebé estaba sufriendo algún dolor muy traumático por mi descuido.
Y volvía a sentir miedos y más miedos que invadían mi vida en cada nueva caída.
Ni hablar de cuando se enfermaban. Mi mundo ahí se desmoronaba con miles de pensamientos preguntándome el porque se enfermaban si yo los cuidaba demasiado. Un día se hacía eterno en la sala de espera del pediatra .
Hoy creo que sufría yo más que ellos.
Pensaba tantas y miles de cosas en cada nueva época que de lo único que siempre estuve muy segura era que algún día escribiría todo eso, porque en ese entonces la cabeza no me daba para escribir tanto o más, porque muchas veces mis neuronas andaban muy dormidas pensando que debía proteger a mis hijos más que a mi vida misma.
Incluso antes de tenerlos veía problemas donde no los había pero después me di cuenta de que ésos, en realidad, no eran problemas. Hoy sé que jamás lo fueron.
O porque incluso pensaba que, cuando tuviera hijos, mi vida iba a cambiar , y hoy sé con creces que eso fue lo único que no me equivoqué.
En unos pocos segundos mi vida cambió para siempre, porque fue precisamente en ese segundo cuando empecé a querer a otra persona más que a mi propia vida.
¡¡ Que amor tan fuerte e inmedible !!
Hoy son mis recuerdos que algún día fueron sueños. Y me gusta que hoy sean sueños escritos, porque cuando escribes directo en un papel, de alguna manera se quedan con uno para siempre.
Te dejan marcas, claro que sí, y una preciosa marca que el tiempo va dejando atrás, pero también nos permite seguir soñando.