Me gusta buscar en mi baúl de antaño esas fotitos que me hacen transportarme en el tiempo, y me provoca solo una cosa:
“Presentar mi renuncia a ser adulto”
Y decido aceptar la responsabilidad de tener esos 3 años nuevamente.
Quiero correr de nuevo libre en la hierba o hacer patitos tirando piedras planas al agua.
Quiero volver a ensuciarme en el barro, a la antigua, jugando bajo la lluvia, así como cuando nuestras madres no le importaba que esa ropa era la mejorcita o la del día domingo.
Se lavaba a mano, con agua fría, en un cajón de madera, sin tecnologías ni complicados programas fuzzy.
El agua caliente la conseguiamos solo para cocinar en esa cocina a leña que siempre estaba encendida. Que rico y confortable era ese calor de hogar que guardaba olores a frescura, a limpio, a risas, conversaciones, reuniones en familia.
Quiero volver a ver pañales de tela colgados en el tendedero y olorosar ese olor a limpio, mientras un gélido viento los va secando.
Quiero volver a esos tiempos donde nada era desechable, porque era la generación donde todo costaba , pero nada faltaba.
Es que eran tiempos donde ni siquiera los mocos los tirábamos a la basura porque quedaban guardados en ese pañuelo de tela muchas veces marcados con el típico bordado a mano de nuestra madre.
Anhelo volver a comer papa y zapallo molido con el tenedor y no pensar que voy a comer un alimento colado lleno de químicos.
Quiero volver a ponerme esa ropa que nos cosía con tanto esmero mi adorada madre. Todas vestidas iguales. Nuestras blusas eran únicas, porque era la tela de broderie del vestido de novia de nuestra madre. Tremenda herencia eso.
Quiero comer esos dulces de leche hechos en casa en vez de esos de marca quizás de cuantos días su envase , comprados en el negocio de la vecina.
Quiero darme muchos recesos y hasta pintar con los dedos cada pared que me guste.
Quiero salir de mi casa sin preocuparme cómo luce mi cabello.
Quiero regresar a mi casa, sentarme a comer una comida casera y que ojalá alguien corte mi carne.
Quiero jugar en los columpios hasta cansarme, y esperar al paletero con mis amigos en ese día caluroso de verano.
Quiero volver a esos días cuando todo lo que sabía era conocer colores, tablas de sumar y cuentos de hadas leídos con esa ingenuidad que hoy es muy difícil encontrar.
Y nada de eso me molestaba en absoluto , porque no sabía que no sabía y no me preocupaba por no saber.
No sabía que algo estaba mal porque sólo sabía vivir el día a día, acostarme temprano, despertar y vivir otro día. No había distracciones de pantallas de ningún tipo.
Quiero volver al tiempo cuando nadie hablaba con egocentrismos, ni ambicionaba ser mejor que el otro.
Quiero volver al tiempo cuando todo lo que sabía era ser feliz porque no sabía de las cosas que preocupan y molestan.
Quiero vivir libremente y no pensar que hay delincuencia a la vuelta de la esquina.
Quiero pensar de nuevo que este mundo es justo, honesto y bueno
Quiero pensar que todo es posible porque si, y que los imposibles no existen .
En algún lugar de nuestra vida de juventud o adolescencia creo que maduramos, crecemos y aprendemos demasiado.
Y aprendemos porque se hace necesario, no por querer ser más sabios.
Aprendemos de injusticias, de prejuicios, de egos, de hambres y hoy también hasta de niños abusados.
Aprendemos y somos partícipes de muchos sinsabores.
Hasta dejamos de sonreír porque alguien nos corrige.
Aprendemos de dolores de cuerpo, y hasta de dolores del alma. No sé cual de los dos hoy sea más doloroso. La diferencia es que uno se mejora con medicamentos , y el otro muchas veces se torna invisible.
Creo que aún no entendía el concepto de la muerte, excepto cuando perdí a mi primera mascota, o cuando mi papito se fue al cielo.
Aprendí de un mundo donde saben cómo matar y lo hacen sin piedad.
Aprendí que los hijos no vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos.
Tú solo eres el arco y desde ahí ellos toman el vuelo. Y frente a eso, nos convertimos solo en observadores.
Puedes esforzarte en ser como ellos, pero jamás procures hacerlos semejantes a ti.
No sé qué pasó con el tiempo en que se pensaba que todo el mundo viviría para siempre porque creía que todo el mundo era bueno y noble.
O cuando pensaba que lo peor que podía pasarme era que alguien me rompa mi juguete favorito.
O cuando no necesitaba lentes para leer.
No me preocupaba de dónde iba a sacar el dinero para arreglar algo que se había roto.
No sé si era demasiado inocente o más ingenua cuando creía que el color blanco solo era para la gente pura y sana de mente, y que por eso era el color de la típica frase del cuento de hadas “ser felices para siempre” detrás de un altar sagrado.
Y pensaba que todo el mundo era feliz porque yo lo era.
O que el mundo sonreía por lo mismo que yo lo hacía.
Y según yo todo se resolvía tan fácilmente.
Hoy quiero alejarme de las complejidades de la vida y emocionarme nuevamente con pequeñas cosas una vez más.
Quiero caminar de nuevo en una playa jugando con la arena entremedio de mis dedos de mis pies, recolectando conchas o todos los caracoles bonitos que pudiera encontrar sin preocuparme por ningún tipo de contaminación.
Pasar mis tardes escalando árboles hasta pelar mis rodillas como cuando era niña, caminando y saltando sin parar hasta llegar al parque, sin preocuparme que me secuestren.
Quiero regresar a los tiempos donde la vida era simple.
Quiero volver a esa época y que no llegue la tecnología con esas computadoras que nos desconectan del diálogo familiar.
No quiero escuchar noticias deprimentes, o de cómo sobrevivir unos días más al mes cuando ya no queda dinero en la billetera.
No quiero que mis días sean de cuentas de clínicas o de mil frascos de remedios.
No quiero que mis días sean de chismes, enfermedades o de pérdidas de seres queridos.
Quiero creer en el poder de la sonrisa, de esa carcajada ojala sin filtros, del abrazo apretado y sincero, y ojalá que sea demasiado apretado y que dure mucho tiempo.
Quiero creer que vivimos en un mundo donde el anciano no es anciano por olvidarse o confundir ciertos nombres.
Anhelo pensar que algún día eso de ser cónyuge sea para siempre y no buscar un nuevo modelo como quien cambia un vehículo con mejor carrocería o motor. Ningún ser humano es desechable, ni en esta vida ni en ninguna.
Quiero volver a aquellos tiempos donde vibraba más el corazón que un teléfono .
Quiero creer en ese apretón de manos, de la palabra dulce, de la verdad, de la justicia, de la paz, de los sueños, de la imaginación.
Quiero creer en lo real de la Humanidad de hoy. En un mundo sin caretas ni cirugías.
Quiero volver a dibujar corazones , desde lo simple en una croquera sin marca y luego marcar de nuevo corazones en la arena, o volver a juntar margaritas en el camino y nunca dejar de jugar al “me quiere mucho”.
Quiero volver a escribir mi nombre jugando a inventar firmas.
Quiero volver a esos tiempos cuando no había tiempo para no tener tiempo.
Quiero volver a esos tiempos cuando había tiempo para ser niños.
En fin, quiero volver al tiempo donde no me preocupaba el reloj del tiempo.
Sensaciones más o emociones menos se esconden siempre detrás de fotos o recuerdos pasados, porque cada tiempo siempre será el mejor protagonista de abrirnos los ojos a la típica frase motivacional ” Ahora si que empieza lo bueno “.
Hoy creo que la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer, pero sí podemos jugar de nuevo a ser mejores siendo niños y adultos a la vez.
Mi conclusión a todo esto es solo una :
“Crecer es una trampa”
¡¡¡ Que buenos tiempos me lleva el baúl de mis recuerdos.!!!
¡Ya lo he decidido !
No sé si hoy, mañana o en otra vida, pero sí…
¡¡ Quiero volver a ser niña otra vez !!